viernes, 12 de diciembre de 2008

INGRATITUD


Dicen que una de las peores lacras de la humanidad es la INGRATITUD. Hasta Dios nos lo recuerda en sus Mandamientos. Amarás a Dios sobre todas las cosas. Honraras a Padre y Madre…
Extrapolemos… se nos ordena que amemos a Dios, no se nos dice que lo aceptemos, ni que le pidamos, ni que le echemos culpas, solo se nos dice que le amemos. Esa suprema condición de conocimiento sobre lo que ha creado le permite a Dios ordenarnos que le amemos. Definir el amor no es cosa sencilla porque nuestra constante racionalización nos lleva por derroteros llenos de vericuetos que nos impiden ver la hoja por ver el bosque, y el bosque por ver la hoja…
Amar no es aceptar lo inaceptable, no es escudarnos en el sentimiento, no es dejar hacer por dejar hacer, no es demostrar tibieza en nuestro carácter, no es obligar a ser a quienes no son ni serán.
Amar no es solo esperar a que me sea dados, otorgados, concedidos, asignados, cuantos beneficios se me ocurran, cuando a mi se me ocurra y a mi mejor interpretación.
Eso no es amor, eso es mala crianza, eso no puede ser lo que Dios nos pide que tengamos hacia Él. Tampoco puede ser lo que se nos pide que tengamos con nuestros padres, por el simple hecho de convertirse esta acción, la nuestra, en una demostración de lo mal que se portaron con nosotros al no ser buenos padres y no enseñarnos a convivir con los demás ejemplares de nuestra raza humana.
Nuestra raza humana... solo tres palabras que nos colocan en el filo de la navaja, nuestra, porque somos parte de ella; raza, porque en el mundo animal existiendo muchas razas, nos diferenciamos de la mayoría de ellas por nuestra capacidad, única hasta ahora, de razonar y mantener vida consiente, tal como la aceptamos. Humanos porque somos la reunión de los Homo Sapiens, sapiens que significa sabio o capaz de conocer.
Lo triste es que somos todos tan sabios que con demasiada frecuencia nos olvidamos de que solo somos uno más de los millones de millones de homo sapiens que han vivido en la tierra. Para Wikipedia, por citar una fuente-muy seria, por cierto-, el 4 de diciembre del 2008 éramos 6 741 072 120 sabios habitando este planeta. Ahora bien, citando cifras del Instituto de estadística nacional, según los datos del censo del 2001, somos unos 22 MILLONES 688 MIL 803 las personas que vivimos en Venezuela, y de ellas, en Mérida, en el Estado Mérida somos 704.314.
Y somos sabios.
Tenemos muchísimos años formando profesionales. Teníamos, hasta no hace mucho, uno de los Periódicos más viejos del país. Teníamos, hasta no hace mucho una de las tres mejores emisoras culturales de Venezuela. Teníamos la mejor red de carreteras de estado alguno dentro del país. Teníamos el Sistema Teleférico más largo, alto y seguro del mundo. Teníamos uno de los aeropuertos más seguros del país, por su casi increíble y minima ocurrencia de incidentes y accidentes en, o achacables, al aeropuerto. Teníamos la casi hegemonía del suministro cafetalero del país. Teníamos la Capital de estado más limpia del país. Teníamos uno de los mejores servicios de emergencia (171) del continente americano. Teníamos el Estado más seguro del país. Teníamos normas y patrones de conducta que nos hacían merecedores del titulo de Ciudad de los Caballeros de Mérida
Solo un TENEMOS, todos los demás TENIAMOS.
En días pasados tuve un altercado con un funcionario público por el maltrato con que se desempeñó al “tratar de resolver” un “problema” con algunos usuarios del sitio donde ejerce sus funciones. Le expresé que dudaba que fuese venezolano por como se dirigía a estas personas, pero que estaba absolutamente seguro que no era Merideño pues un Merideño nunca trataría de esa manera a sus coetáneos. Eso se trae en la sangre y se destila gota a gota en la formación familiar. No importa de donde se venga, sea de la ciudad o del campo o del páramo o de la tierra llana o de los pueblos de sur. El denominador común es la sabiduría popular que te enseña a ser gente, a velar por los demás, a pensar antes de hablar, a cuidar a nuestras damas, a proteger a nuestros mayores. La mayoría de quienes nos jactamos de ser Andígenas de Mérida hemos nacido y crecido bajo la égida de la férrea voluntad de nuestros ancestros que supieron inculcar en nosotros el amor por la patria, por nuestra gente, por nuestras creencias.

Sin embargo, nada es perfecto, nuestra humana condición nos ha permitido ser culpables del pecado de la INGRATITUD. A pesar de que en la Plaza Bolívar en el monumento al Padre de la Patria, casi se le cobran los cañones con que se le apoyó durante la gesta magnifica, no hemos sabido cuidar lo que, en su momento, nos ayudo a crear dentro de nuestro estado y hemos ido perdiendo el hilo de nuestros valores al vaivén de las olas políticas que, a veces mansas, a veces agitadas, nos van meciendo los frailejones. Nuestra ingratitud esta reflejada en todas las acciones, omisiones, ojos en el piso, hombros caídos, caras tristes, y manos legislativas alzadas, en apoyo a ponencias totalmente contrarias a nuestro terruño pero que en el momento representan prebendas para esos SABIOS que, por virtud popular (¿) han sido enviados a representarnos o han sido colocados allí para congraciarse con los Andígenas y evitar que ”hablemos mal del gobierno”.

¿Porqué razón no exigir que nuestros gobernantes del estado sean naturales del estado?
No sirve la respuesta de que “Nadie es profeta en su tierra”, si fuese buena respuesta tendríamos que contratar en cada país a fuereños para que sean presidentes, ministros y demás jefes de estamentos del escalafón de funcionarios públicos.

¿Porqué razón aceptamos que los jefes de los iconos del estado sean nombrados a dedo desde el omnipotente poder central? ¿Es que no tenemos profesionales capaces? ¿Porqué, si adoramos con toda razón la democracia, aceptamos las imposiciones de toda índole que nos vienen del centro?

El pecado, repitiéndonos, es la INGRATITUD. Somos NOSOTROS quienes debemos buscar las soluciones, NOSOTROS quienes debemos trabajar por ellas, NOSOTROS quienes debemos regar con nuestro esfuerzo la tierra fértil de nuestro estado para que vivamos, todos, en paz con esta herencia de grandeza que nos ha sido concedida y que debemos mantener para las generaciones por venir.

Todo nuestro descontento por aquello de lo que carecemos procede de nuestra falta de gratitud por lo que tenemos.
Daniel Defoe (1660-1731) Novelista y periodista inglés.

Cada vez que proveo una plaza vacante, creo cien descontentos y un ingrato.
Luis XV de Francia (1710-1774) Rey de Francia.

La ingratitud proviene, tal vez, de la imposibilidad de pagar.
Honoré de Balzac (1799-1850) Escritor francés.

La ingratitud es hija de la soberbia.
Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) Escritor español.

Poco bueno habrá hecho en su vida el que no sepa de ingratitudes.
Jacinto Benavente (1866-1954) Dramaturgo español.

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